¿y de ti qué ha sido?

9 mayo, 2014

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El otro día tuve la reunión de” nosecuantos” aniversario de mi graduación del colegio o sea, la típica reunión para celebrar que cumplíamos una porrada de años desde que acabamos C.O.U. Esa que cuando te la proponen te apetece muchísimo, pero que a medida que se acerca piensas que va a ser un rollo, que salvo los tres con los que tienes relación no vas a conocer a nadie y que no sabes para qué vas, pero que luego vas, por insistencia del organizador, y te lo pasas fenomenal.

Todo estaba igual, bueno más calvos y más gordos, pero salvo por eso, todo igual, nadie defraudó, a todo el mundo se le veía venir y cada uno estaba donde todos (quizá menos él) pensamos que iba a acabar.

El tonto-vago era comercial de una empresa informática, estaba separado y pensaba que seguíamos en el colegio, pensaba que su jefe no tenía ni idea, trataba de escaquearse y pensaba que nadie se daba cuenta, no había medrado en su trabajo, ni había peleado por su matrimonio. Un desastre.

El tonto-trabajador tenía un puesto medio en un gran banco, tenía una mujer normal y dos hijos normales, se consideraba (y todos le consideramos) un triunfador, porque todos, incluido él, pensábamos que había llegado a donde le daban sus capacidades y había sacado lo máximo de sí mismo, es decir, había aprovechado sus talentos.

El listo vago, había tenido una empresa de gran éxito, la creó, la desarrolló y la perdió, ¿sabéis por qué?, por vago. Ahora la empresa la tenía su exmujer (que era menos lista pero más trabajadora).

A los listos trabajadores, les iba a todos bien y estaban más o menos en los puestos correspondientes a sus ambiciones o personalidades. Los más emprendedores, tras años trabajando por cuenta ajena, habían montado su propia empresa, y los menos audaces, estaban en altos puestos directivos trabajando por cuenta ajena. Todo correcto.

Había un tonto vago, no muy listo pero sí muy espabilado. Ese al que nunca pillaba el profesor, el que caía bien a todos los de las clases en las que había estado (había repetido tres veces), que, sin quererlo, era el centro de todas las reuniones y todos, absolutamente todos, reconocimos a la primera y nos alegramos de verle. Era un pillo simpático y buena persona. A este le iba llamativamente bien. Era director comercial de una empresilla. En cuanto empezó a trabajar se dio cuenta de que en el curro podías escaquearte una vez, pero a la segunda te pillaban; que si no producías te echaban; que para vender lo importante era trabajar seriamente y que eso no era incompatible con ser simpático (de eso iba sobrado); y que se estaba jugando sus lentejas. Llegó, vió, se adaptó y triunfó.

Y a la vista de todo esto, ¿Qué le digo yo a mis hijos?

Pues mi padre, (que grande era) decía que de las tres potencias del alma: memoria, entendimiento y voluntad, son necesarias las tres, pero que la que te da el éxito, la que tiene un efecto multiplicador sobre las otras dos y además depende de ti, es la voluntad.

El otro día, en la reunión de la clase, comprobé que mi padre tenía razón (como siempre).

Cuanto más listo seas mejor, eso es indudable, pero como no te esfuerces, no te concentres en lo importante, no cumplas con tu obligación, no hagas tus deberes vitales (con tu trabajo, con tu familia…), la vida te va a pasar por la izquierda y por la derecha y cuando te quieras dar cuenta va a ser demasiado tarde.

Tienes que jugar tu partida con las cartas que te han dado, pero es tu esfuerzo personal el que te va a hacer que tu mano sea ganadora o perdedora. No lo puedes dejar todo en manos de las cartas que te han tocado (lo listo o tonto que seas), ni echarle permanentemente la culpa a tu mala suerte.

Sí, sí, ya sé que influye mucho la suerte, pero no puedes jugar tu partida dependiendo exclusivamente de ella.

Y ya, si además de esforzarte en lo importante, te portas bien con las personas y no vas dejando cadáveres por el camino…. Lo bordas.

De verdad que no es tan difícil.

El otro día me salió una homilía, hoy una tutoría.

Volved a clase.

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