Llegado el mes de Septiembre, todos tenemos determinados símbolos o detalles que nos indican que el final del verano ha caído sobre nuestras cabezas. Aun con la piel morenita del sol (voy a evitar hablar del tiempo en Galicia) la vuelta a la rutina es un símbolo ineludible que todos esos buenos momentos vividos han alcanzado su final definitivo.

Para mi uno de esos símbolos que me muestran que el verano ya pertenece al pasado es la aparición de los puñeteros coleccionables en los quioscos. Vas a buscar el periódico y te ves inmediatamente asaltado por la visión de un sinfín de productos baratísimos que, pese a ser completamente inútiles y pese a saber que nunca los vas completar, te genera una mezcla de emociones “que barato es”-“que ilusión”- “a ver si soy mañoso y consigo montarlo” que no hacen si no engañarte a ti mismo y caer, otro año más, en el mismo grave y estúpido error.

Para mí los coleccionables de Planeta –Agostini son al final del verano lo que las muñecas de Famosa a la llegada de la Navidad: símbolo ineludible que te muestra la tu presente más inmediato.

Pero esta referencia a la llegada de los coleccionables quedaría vacía si no mencionara el grado de absurdez de alguno  de ellos, por no decir de casi todos. Y el que otorgue este apelativo no se debe a que no sea yo su público objetivo ya que se me hace muy difícil pensar que existe un público objetivo meridianamente normal al que puedan interesarle. A quien puede interesar un coleccionable de mini teteras de porcelana (de dudosa procedencia), chapas de cava que jamás han estado en contacto con un corcho, mini dedales asiáticos  o cascos de moto en miniatura 1/10?  Pensarlo, no puede existir un nicho de mercado que tenga como objetivo semanal comprar el correspondiente fascículo para completar colecciones de esa horma.