Vaya por Dios, me lo sigo pasando bien con la gente que conozco desde hace 45 años.
Y no, no soy tan mayor, acabo de cumplir los 50, pero es que tengo muchos amigos que conozco desde los 5 años, con los que no he interrumpido el trato y a los que sigo tratando (y queriendo) como hermanos.
Casi todos se saben mi vida y yo la de ellos, mis novias, mis fracasos, mis éxitos, mis ridículos, quien me dejó y a quien dejé, cuando me emborraché o qué nota saqué en selectividad, y por eso, entre nosotros no puede haber mentiras, caretas o engaños. Todos sabemos el pasado de los otros, y desde que somos pequeños nos protegemos, nos queremos, nos criticamos y nos defendemos.
Como todos, tenemos un grupo de wassup en el que salen, de repente y sin venir a cuento, anécdotas de hace 30 años, el chat se calienta, empiezan a salir trapos sucios, historias casi olvidadas… Es muy divertido.
Evidentemente también tengo amigos nuevos (de hace 20, 15, 10 ó 5 años) a los que quiero mucho y con los que tengo muchas afinidades, y me divierto mucho también… sí coño, pero no me sé sus vidas ni hemos crecido juntos.
Los amigos nuevos, los que conozco desde hace menos de 20 años, (jodé, igual sí que soy tan mayor), los elegí yo (y ellos a mi) de entre todas las personas que se cruzaron en mi vida. Y los elegí por afinidad, por que me encaja su sentido del humor, porque estoy a gusto con ellos, me rio, me divierto, aprendo cosas, me enriquecen… pero…la antigüedad es un grado, que coño. A los nuevos, los elegí porque me gustaron, a los viejos me los “impuso” la vida cuando era muy pequeño y no tuve posibilidad de elegirlos, eran los hijos de los amigos de mis padres y sanseacabó.
A muchos de los amigos viejos, a los que quiero como hermanos, probablemente (con toda seguridad) no los habría elegido si los hubiera conocido hace 10 años, a muchos de ellos ni les hubiera dirigido la palabra (ni ellos a mi). Si lo pienso fríamente no tengo nada en común con algunos de ellos, pero… tantos años de amistad, saber todo de ellos, que sus padres me hayan invitado a un helado (o a muchos) cuando tenía 8 años o que su hermano mayor, que me atizaba a los 10, me defendiera de un matón a los 12 o me pasase mi primer pitillo a las 13, une mucho. Sí que tengo mucho en común, una vida entera. A estos les perdono (y ellos a mi) defectos, pecados, maldades o errores que provocarían un desprecio absoluto si se tratara de otras personas. No les juzgo, ni ellos a mi, les quiero porque son mis amigos, porque los conozco de “todalavida”. Estos son con los que río de verdad, con los que estoy auténticamente a gusto, los que vienen a casa y se van a la nevera directamente sin pedir permiso o con los que no me da vergüenza pedirme una tercera (o cuarta) copa cuando voy a cenar a su casa.
Pero… así las cosas, el otro día hice una prueba entre mis amigos viejos. Les dije que a pesar de lo que nos queremos, que pensaran qué amigo íntimo, si lo conocieran ahora (no desde hace 40 años) no se plantearían su amistad, qué amigo, si le acabasen de conocer les parecería un friki, un chulo, un gilipollas….
Respuestas sorprendentes. Respuestas inesperadas y llamativas.
Ahora bien, como alguien de fuera del grupo se meta con alguno de ellos… lo reviiiiento.